AUCKLAND/ESTOCOLMO – La invasión a Ucrania por parte de Rusia ha remecido muchos supuestos occidentales sobre las bases de la paz en Europa. Entre otras cosas, ha renovado el énfasis de las autoridades sobre la dependencia energética como un asunto estratégico clave.
Estados Unidos anunció una prohibición inmediata a las importaciones de petróleo y gas rusos, mientras que el Reino Unido y la Unión Europea se comprometieron a limitarlas de manera más gradual. La lógica es clara: castigar a Rusia, reducir su influencia y restaurar la paz en Ucrania. Pero si hoy se adoptan decisiones erradas –específicamente, seguir prefiriendo combustibles fósiles por sobre la energía renovable-, se podría fijar la ruta hacia un futuro mucho menos pacífico.
Algunos países occidentales se han vuelto excesivamente dependientes del petróleo y el gas rusos en los últimos años, por lo que no fue fácil la decisión de reducirlos. Pero la decisión más grande e importante que enfrentan los gobiernos occidentales es cómo reducir su dependencia general de los combustibles fósiles. Simplemente sustituir una fuente de energía sucia por otra solo pospondría para mañana, como mucho, la necesidad de enfrentar los crecientes riesgos del cambio climático.
Dada la presión de la actual crisis en Ucrania, se podría comprender una falta de visión así. Los gobiernos occidentales deben cerrar la brecha energética creada al detener las importaciones de combustibles fósiles rusos, reduciendo al mismo tiempo el daño a las economías nacionales. Por ahora, la opinión pública los apoya. Pero si los costes de la energía aumentan mucho, o los cortes se vuelven demasiado disruptivos, el caos económico resultante podría socavar ese apoyo.
En consecuencia, todo paso a fuentes de energía alternativas debe hacerse con rapidez y ofrecer insumos fiables y asequibles. Y no debería crear nuevos enredos geopolíticos que puedan ocasionar problemas más adelante.
En la última Semana de conferencias energéticas CERA, celebrada este año en Houston, Texas, los directores ejecutivos de las grandes petroleras y sus grupos de presión propusieron rápidamente elevar la producción de petróleo y gas, eliminar los límites de producción, flexibilizar normativas y revertir políticas que apuntan a reducir las emisiones de dióxido de carbono. Varios economistas y analistas energéticos se han hecho eco de esta línea de propuestas.
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Pero en momentos en que el cambio climático se convierte con rapidez en un factor principal de la inseguridad mundial, redoblar la apuesta por los combustibles fósiles sería un trágico error que podría hacer del mundo un lugar más violento en las décadas venideras.
El Informe de Brechas de Producción (Production Gap Report) de 2021 resaltó la desconexión entre los planes actuales de producción de combustibles fósiles y los compromisos climáticos. Bajo las actuales políticas, el calentamiento global está en vías de alcanzar un catastrófico 2,7º Celsius en este siglo. Tenemos que ir cerrando pozos y minas y reducir la producción, no añadir más capacidad.
El cambio climático ya está haciendo que el mundo sea más peligroso y menos estable. El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) –calificado como un “atlas del sufrimiento humano” por el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres- ofreció una cruda evaluación de los inmensos costes económicos y humanos de incluso los efectos tempranos del cambio climático que estamos sufriendo hoy. Es una imagen del futuro que debemos evitar.
Los titulares de los últimos 12 meses reflejan récords de inundaciones, tormentas, incendios forestales, olas de calor y sequías. Todos estos fenómenos climáticos se están volviendo más frecuentes, extremos y letales como resultado del cambio climático, y todos ellos pueden elevar las probabilidades de conflictos e inestabilidad. Hoy, un 80% de las fuerzas de paz de la ONU están desplegadas en países considerados como los más expuestos al cambio climático. De manera similar, un estudio reciente encontró que un 1ºC de aumento de la temperatura estuvo relacionado con un 54% de aumento en la frecuencia de conflictos en partes de África donde pastores nómadas y campesinos sedentarios compiten por las menguantes existencias de agua y tierras fértiles.
Como señala correctamente el IPCC, las consecuencias del cambio climático desestabilizan con mayor prontitud aquellos lugares en que las tensiones ya son altas y las estructuras de gobierno están debilitadas o socavadas por la corrupción. Un estudio realizado para el informe Environment for Peace (Entorno para la Paz) del Instituto Internacional de Estudios por la Paz de Estocolmo (SIPRI), de próxima publicación, muestra que grupos extremistas como al-Shabab, Estado Islámico y Boko Haram prosperan en regiones que padecen los peores efectos del cambio climático. Encuentran reclutas y apoyo entre gente cuyas vidas y sustentos se han vuelto cada vez más precarios por las inundaciones y sequías.
En nuestro mundo globalizado e interconectado, las repercusiones de impactos climáticos locales pueden propagarse rápidamente, a través de crisis en las cadenas de suministro, desbordamientos de conflictos y migraciones masivas. Y, como lo ha demostrado la invasión rusa a Ucrania, el orden basado en reglas es alarmantemente frágil, dejando a los ciudadanos comunes y corrientes como víctimas de sus terribles consecuencias.
El rechazo del petróleo y el gas rusos por parte de Occidente crea una oportunidad de acelerar la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles. La optimización del uso eficiente de la energía y otras reducciones de la demanda pueden hacer parte de la tarea.
En cuanto al resto, energías renovables como la solar y la eólica tienen buen sentido económico. Son mucho más seguras y rápidas de instalar que las plantas nucleares o la mayoría de las alternativas fósiles en discusión. Y no exponen a la gente a los altibajos de los mercados de combustibles globales.
La lógica apunta en una sola dirección. El mundo logrará una verdadera seguridad energética –y la oportunidad de construir un futuro más pacífico, habitable y asequible- solamente si deja atrás los combustibles fósiles.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Todos los autores son miembros del panel de expertos que asesoran la iniciativa Environment of Peace del SIPRI.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
ask Project Syndicate contributors to select the books that resonated with them the most over the past year.
AUCKLAND/ESTOCOLMO – La invasión a Ucrania por parte de Rusia ha remecido muchos supuestos occidentales sobre las bases de la paz en Europa. Entre otras cosas, ha renovado el énfasis de las autoridades sobre la dependencia energética como un asunto estratégico clave.
Estados Unidos anunció una prohibición inmediata a las importaciones de petróleo y gas rusos, mientras que el Reino Unido y la Unión Europea se comprometieron a limitarlas de manera más gradual. La lógica es clara: castigar a Rusia, reducir su influencia y restaurar la paz en Ucrania. Pero si hoy se adoptan decisiones erradas –específicamente, seguir prefiriendo combustibles fósiles por sobre la energía renovable-, se podría fijar la ruta hacia un futuro mucho menos pacífico.
Algunos países occidentales se han vuelto excesivamente dependientes del petróleo y el gas rusos en los últimos años, por lo que no fue fácil la decisión de reducirlos. Pero la decisión más grande e importante que enfrentan los gobiernos occidentales es cómo reducir su dependencia general de los combustibles fósiles. Simplemente sustituir una fuente de energía sucia por otra solo pospondría para mañana, como mucho, la necesidad de enfrentar los crecientes riesgos del cambio climático.
Dada la presión de la actual crisis en Ucrania, se podría comprender una falta de visión así. Los gobiernos occidentales deben cerrar la brecha energética creada al detener las importaciones de combustibles fósiles rusos, reduciendo al mismo tiempo el daño a las economías nacionales. Por ahora, la opinión pública los apoya. Pero si los costes de la energía aumentan mucho, o los cortes se vuelven demasiado disruptivos, el caos económico resultante podría socavar ese apoyo.
En consecuencia, todo paso a fuentes de energía alternativas debe hacerse con rapidez y ofrecer insumos fiables y asequibles. Y no debería crear nuevos enredos geopolíticos que puedan ocasionar problemas más adelante.
En la última Semana de conferencias energéticas CERA, celebrada este año en Houston, Texas, los directores ejecutivos de las grandes petroleras y sus grupos de presión propusieron rápidamente elevar la producción de petróleo y gas, eliminar los límites de producción, flexibilizar normativas y revertir políticas que apuntan a reducir las emisiones de dióxido de carbono. Varios economistas y analistas energéticos se han hecho eco de esta línea de propuestas.
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Pero en momentos en que el cambio climático se convierte con rapidez en un factor principal de la inseguridad mundial, redoblar la apuesta por los combustibles fósiles sería un trágico error que podría hacer del mundo un lugar más violento en las décadas venideras.
El Informe de Brechas de Producción (Production Gap Report) de 2021 resaltó la desconexión entre los planes actuales de producción de combustibles fósiles y los compromisos climáticos. Bajo las actuales políticas, el calentamiento global está en vías de alcanzar un catastrófico 2,7º Celsius en este siglo. Tenemos que ir cerrando pozos y minas y reducir la producción, no añadir más capacidad.
El cambio climático ya está haciendo que el mundo sea más peligroso y menos estable. El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) –calificado como un “atlas del sufrimiento humano” por el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres- ofreció una cruda evaluación de los inmensos costes económicos y humanos de incluso los efectos tempranos del cambio climático que estamos sufriendo hoy. Es una imagen del futuro que debemos evitar.
Los titulares de los últimos 12 meses reflejan récords de inundaciones, tormentas, incendios forestales, olas de calor y sequías. Todos estos fenómenos climáticos se están volviendo más frecuentes, extremos y letales como resultado del cambio climático, y todos ellos pueden elevar las probabilidades de conflictos e inestabilidad. Hoy, un 80% de las fuerzas de paz de la ONU están desplegadas en países considerados como los más expuestos al cambio climático. De manera similar, un estudio reciente encontró que un 1ºC de aumento de la temperatura estuvo relacionado con un 54% de aumento en la frecuencia de conflictos en partes de África donde pastores nómadas y campesinos sedentarios compiten por las menguantes existencias de agua y tierras fértiles.
Como señala correctamente el IPCC, las consecuencias del cambio climático desestabilizan con mayor prontitud aquellos lugares en que las tensiones ya son altas y las estructuras de gobierno están debilitadas o socavadas por la corrupción. Un estudio realizado para el informe Environment for Peace (Entorno para la Paz) del Instituto Internacional de Estudios por la Paz de Estocolmo (SIPRI), de próxima publicación, muestra que grupos extremistas como al-Shabab, Estado Islámico y Boko Haram prosperan en regiones que padecen los peores efectos del cambio climático. Encuentran reclutas y apoyo entre gente cuyas vidas y sustentos se han vuelto cada vez más precarios por las inundaciones y sequías.
En nuestro mundo globalizado e interconectado, las repercusiones de impactos climáticos locales pueden propagarse rápidamente, a través de crisis en las cadenas de suministro, desbordamientos de conflictos y migraciones masivas. Y, como lo ha demostrado la invasión rusa a Ucrania, el orden basado en reglas es alarmantemente frágil, dejando a los ciudadanos comunes y corrientes como víctimas de sus terribles consecuencias.
El rechazo del petróleo y el gas rusos por parte de Occidente crea una oportunidad de acelerar la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles. La optimización del uso eficiente de la energía y otras reducciones de la demanda pueden hacer parte de la tarea.
En cuanto al resto, energías renovables como la solar y la eólica tienen buen sentido económico. Son mucho más seguras y rápidas de instalar que las plantas nucleares o la mayoría de las alternativas fósiles en discusión. Y no exponen a la gente a los altibajos de los mercados de combustibles globales.
La lógica apunta en una sola dirección. El mundo logrará una verdadera seguridad energética –y la oportunidad de construir un futuro más pacífico, habitable y asequible- solamente si deja atrás los combustibles fósiles.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Todos los autores son miembros del panel de expertos que asesoran la iniciativa Environment of Peace del SIPRI.