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Una agenda de bienestar para los estudiantes pobres

LONDRES – El aprendizaje escolar de los niños en los países en desarrollo es motivo de inquietud creciente. Incluso antes de los cierres de escuelas por la pandemia, el 57% de los niños de diez años en países de ingresos bajos y medios no podían leer y comprender un texto sencillo (la definición de «pobreza de aprendizaje»). La crisis de la COVID‑19 empeoró la situación, de modo que grandes donantes e instituciones internacionales lanzaron un programa para la mejora de aptitudes básicas.

Pero más allá de las buenas intenciones, si en el intento de resolver la pobreza de aprendizaje no se tienen en cuenta todas las dificultades, complejas e interrelacionadas, que atentan contra los resultados académicos de los niños en los países pobres, hay riesgo de reproducir las desigualdades educativas que ya existen.

Para los más de mil millones de niños de todo el mundo que viven en la pobreza multidimensional (privados de acceso a nutrición, atención médica, seguridad y saneamiento adecuados), muchos de los obstáculos contra el aprendizaje están fuera de la escuela. Algunos sufren las tensiones psicológicas de la pobreza o van a la escuela con hambre, dos factores que impiden el aprendizaje. Pueden estar expuestos a violencia dentro o fuera del aula o correr riesgo de que los casen temprano y deban abandonar la escuela. Para muchos de estos niños, las soluciones técnicas orientadas a resolver las causas inmediatas de la pobreza de aprendizaje desde el lado de la oferta pueden ser insuficientes.

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