La división musulmana trasatlántica

Comparados con la tensión que existe en las comunidades musulmanas de toda Europa, los musulmanes de los Estados Unidos son un grupo más satisfecho.

Según las conclusiones de un reciente estudio de Pew Forum, los musulmanes de Europa “tienen una situación económica peor que la de la población general, se encuentran frustrados en materia de oportunidades económicas y socialmente aislados”, mientras que la mayoría de los musulmanes estadounidenses dicen que “sus comunidades son lugares excelentes o buenos” para vivir; el 71 por ciento dice que, si trabaja, puede tener éxito en los EE.UU. Los niveles de ingresos y de titulados universitarios coinciden con el término medio. El 63 por ciento de los musulmanes estadounidenses afirman no sentir un conflicto entre la devoción religiosa y la vida en la sociedad moderna.

Aunque el 53 por ciento de los musulmanes de los EE.UU. creen que la vida resulta más difícil después de los ataques terroristas de 2001, la mayoría cree que la culpa es del Gobierno, no de sus vecinos. De hecho, el 73 por ciento dijo que nunca había sufrido discriminación mientras vivía en los Estados Unidos. Además, el 85 por ciento dijo que los atentados suicidas raras veces o nunca están justificados y sólo el uno por ciento dijo que la violencia para defender el islam era “con frecuencia” permisible, En Europa, porcentajes significativamente mayores creen que los atentados suicidas están “con frecuencia” o “a veces” justificados.

“Lo que se ve”, según Amaney Jamal, asesor de Pew, “es el gran éxito de la población musulmana estadounidense en su asimilación socioeconómica. Sin embargo, la “asimilación” no es lo que triunfa. “Asimilarse” significa disolverse entre el conjunto de la población que recibe la denominación de ciudadano medio, pero los musulmanes americanos no lo hacen, pues siguen siendo devotamente musulmanes en un país abrumadoramente cristiano.

Más que asimilarse, los musulmanes de los Estados Unidos participan en la vida económica, política, educativa y social. Podría tratarse de un proceso de autoselección; sólo los musulmanes más instruidos emigran a los Estados Unidos, pues los deficientes servicios sociales existentes en ese país sólo permiten sobrevivir a los mejor preparados. Sin embargo, incluso los musulmanes de clase media de Gran Bretaña acaban marginados y, a diferencia de los musulmanes pobres de Europa, los musulmanes pobres de los Estados Unidos no expresan marginación ni simpatía por Al-Qaeda.

Se puede aducir que sólo los pobres deseosos de disfrutar de las duras pero amplias posibilidades de la vida estadounidense emigran a los EE.UU. Sin embargo, eso no explica por qué esos inmigrantes pobres siguen siendo religiosos; si desean el éxito al estilo estadounidense, deberían apresurarse a “asimilarse”.

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¿Por qué a los musulmanes de los EE.UU. les va bien sin por ello dejar de ser devotos y llevar una indumentaria distintiva? ¿Por qué pueden participar sin asimilarse?

Dos factores parecen importantes: en primer lugar, unos ámbitos económicos, políticos y educativos relativamente porosos de la vida americana que permiten a los inmigrantes entrar en ellos. Pese a la discriminación y la pobreza que con frecuencia sufren los inmigrantes al principio, las barreras a la participación económica y política son relativamente superables.

El segundo factor es la pluralista esfera pública de los Estados Unidos, un ámbito no carente de religión, pero con muchas religiones, que tienen relieve público y actúan en la vida civil como base de instituciones, publicaciones y símbolos que influyen en los valores y la conducta. Los Estados Unidos no son una sociedad secular; son una sociedad religiosamente pluralista con estructuras políticas y jurídicas seculares.

De hecho, las instituciones seculares de los Estados Unidos fueron concebidas para apoyar el pluralismo. Permiten a las personas de muchos credos colaborar con ellas: un ámbito de trabajo de muchos credos. La prohibición de una religión estatal, junto con la libertad de conciencia, preserva la pluralidad de la religión en la vida civil. Esa concepción fue consecuencia no sólo del principio ilustrado, sino también de la necesidad: los Estados Unidos necesitaban convencer a la gente para que cruzara el océano y afrontase las penalidades de la vida de la frontera y, más adelante, la industrialización. La libertad de practicar la religión propia era propaganda en pro de los Estados Unidos.

El beneficio de aquella generosidad accidental fue el pacto americano: los inmigrantes deben participar en la refriega económica y política de la nación, pero sin una gran “red” de servicios sociales. Por otra parte, pueden entrar.

Y no sólo pueden conservar su credo privado, sino también practicarlo en público. La tolerancia de la religión de los demás es el precio pagado por la tolerancia de la propia. A medida que aumentaba la participación, había una tendencia a la disminución del prejuicio. No ha interesado a nadie perturbar durante mucho tiempo ese pragmatismo consistente en vivir y dejar vivir.

Un resultado del pacto es la paradójica “familiaridad con la diferencia”. Como los inmigrantes participan en los ámbitos económicos y políticos, los americanos están acostumbrados a tratar con clases diferentes de personas y por eso distinguen las diferencias que podría perjudicar al país de las que no. De hecho, los americanos están familiarizados con la diferencia o al menos no suelen sentir pánico al respecto. Incluso después de 2001, sólo hubo unos pocos incidentes antimusulmanes.

Sin embargo, Europa exige una mayor asimilación y ofrecer una economía y una política menos porosas. Eso significa menos participación y, por tanto, menos familiaridad con las diferencias en el país anfitrión. Por parte de los inmigrantes, hay más resentimiento contra el anfitrión, más lasitud en materia de economía y política, posible violencia o la insistencia en mantener las diferencias simbólicas, lo que resulta irónico en una sociedad menos capaz de aceptarlos precisamente por su incomodidad con la diferencia.

En eso consiste, en pocas palabras, el debate sobre el velo en Europa.. No se refiere a ninguno de los obstáculos a la participación o a las reacciones de los inmigrantes ante ellos, pero exige una asimilación simbólica.

Pero esas exigencias son un callejón sin salida. Para salir de él, se necesita una mayor participación en la economía y la política, pero también menos exigencia de asimilación a toda costa. Todas las religiones que descienden de Abraham tienen mecanismos internos para el cambio que les permiten afrontar las nuevas circunstancias de formas que la comunidad confesional puede respetar. Tanto el fundamentalismo como las exigencias de asimilación -¡sed como nosotros, ahora mismo!- anulan dichos mecanismos.

Se debe permitir que funcionen, pero Europa exige la asimilación antes de la participación en una economía en la que los inmigrantes no pueden entrar, en cualquier caso. Lamentablemente, ése es un camino para el gueto.

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