bec8750246f86f400946d304_dr2402c.jpg Dean Rohrer

¿Adónde va la “Revolución del jazmín” de Túnez?

NUEVA YORK – Mientras intento entender plenamente el significado de la revolución tunecina y calibrar su futuro, miro dos números de The New York Times extendidos en mi escritorio y en cuyas portadas figura Túnez. Hay 23 años de diferencia entre sus fechas.

El primero es un número amarillento y arrugado del 7 de noviembre de 1987. En el artículo al que corresponde el titular, “Golpe de Estado en Túnez”, informaba de la caída de Habib Burguiba, el anciano fundador del Túnez moderno y héroe de su independencia. Lo había derrocado a altas horas de la noche en un golpe incruento su Primer Ministro, Zine El Abidine Ben Ali.

En los días siguientes, decenas de miles de personas se reunieron en el centro de la ciudad de Túnez para celebrar su liberación tras años de estancamiento e incertidumbre, causados por el empeoramiento de la senilidad de Burguiba. Ben Ali, el nuevo Presidente, era un héroe para la mayoría y, en los primeros años de su gobierno, mereció ese título.

La segunda portada es del sábado 15 de enero de 2011. Una vez más el titular: “El Presidente de Túnez huye, tras rendirse ante los manifestantes”.

Sin embargo, esta vez la crónica es menos clara, menos tranquilizadora. ¿Quiénes eran los manifestantes? ¿Qué motivación tenían? ¿Adónde conducirán al país? Después de Túnez, considerado por la mayoría de los analistas occidentales “árabe” e “islámico”, ¿habría un “efecto de dominó” en Oriente Medio?

En busca de respuestas, observo detenidamente la gran fotografía a la izquierda del titular. Un gentío llena la hermosa y decimonónica Avenida de Habib Burguiba. Según algunos cálculos locales, el número de manifestantes del 14 de enero fue de entre 50.000 y 60.000.

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Son caras mediterráneas típicas, la mayoría hombres jóvenes: los mayores parecen rayar en los treinta años. Parecen perfectamente afeitados; ni siquiera con una lupa descubro una sola barba entre ellos.

También hay algunas mujeres, pero no pañuelos, velos ni burkas a la vista. A simple vista, el acontecimiento podría estar ocurriendo en Barcelona, Lyon o Nápoles.

Los manifestantes enarbolan banderas tunecinas o carteles con diversos símbolos y lemas en los que se rechaza a Ben Alí y el autoritarismo que representó en sus últimos años. Tampoco en ellos encuentro referencia alguna a Alá, el islam o la umma (la comunidad de creyentes).

Con todo esto quiero decir que la que con la mayor probabilidad pasará a la Historia como la “Revolución del jazmín” ha sido, según todas las apariencias, una revolución secular.

El ciberespacio ha quedado inundado con mensajes en Twitter y en Facebook desde que comenzó el levantamiento. Dichos mensajes hablan de libertad, libertad de expresión, gestión idónea de los asuntos públicos, pluralismo, democracia y derechos humanos. Con frecuencia se han criticado y rehuido los objetivos que no estaban en consonancia con  esas aspiraciones. Ya se ha ridiculizado al dirigente de Libia, Muamar al Gadafi, y al predicador televisivo de Qatar Jeque Qaradawi por atribuir un giro árabe o islamista a los acontecimientos de Túnez.

Los manifestantes que han puesto fin al régimen de Ben Ali son hijos e hijas instruidos de la gran clase media secular formada a lo largo de decenios por Habib Burguiba. Antes de su gobierno, antes incluso de la ocupación francesa en 1881, una línea de dirigentes nacionalistas que se remontaba hasta el final del siglo XVIII miraba a Europa y a la Ilustración en busca de soluciones para los problemas del país. La identidad tunecina cobró forma conforme a esa historia específica.

No es un buen augurio para un efecto de dominó, pues ningún otro país árabe tiene una importante clase media ni una tradición de gobierno moderno y secular. Una revolución en cualquiera de esos países podría llevar fácilmente a los islamistas al poder, pero tendría poco que ver con el levantamiento secular de Túnez.

Hay que reconocer que Ben Ali fortaleció los fundamentos del excepcionalismo tunecino, al favorecer la igualdad entre los sexos y la separación de la religión y el Estado. Logró una envidiable tasa de crecimiento económico para un país carente de recursos naturales, contribuyó a erradicar la pobreza y ahondó los vínculos de Túnez con Europa mediante el turismo, el comercio y las relaciones culturales.

Sin embargo y lamentablemente, Ben Ali sucumbió a las tentaciones de la corrupción y la represión, descritas con gran detalle por el ex embajador de los Estados Unidos en Túnez, Robert F. Godec, en cables revelados el mes pasado por WikiLeaks.

Pese a los graves daños físicos y a la pérdida de vidas infligidos al país por algunos de los partidarios intransigentes de Ben Ali, los tensos y peligrosos días que siguieron a la caída del dictador no cambiaron el rumbo de la revolución. Más notable aún es que el ejército tunecino desempeñara el papel de una institución republicana leal, neutral y profesional, al apoyar el proceso civil.

Gracias a ello, la seguridad y la normalidad parecen volver a imperar gradualmente. Al principio, se constituyó un gobierno provisional del que formaban parte miembros de la oposición, pero los dirigentes de la oposición no tardaron en abandonarlo como protesta por el número de carteras ministeriales correspondientes a miembros del gobierno de Ben Ali. De modo que aún está por llegar un gobierno no excluyente. No obstante, el nuevo gobierno ha expresado un solemne compromiso con la libertad de información y de reunión, la liberación de todos los presos políticos y la celebración dentro de seis meses de elecciones presidenciales y legislativas libres y con supervisión internacional.

La revolución en Túnez era simplemente cuestión de tiempo: un levantamiento popular para poner fin a un sistema que no había hecho realidad la sociedad libre para la que el público tunecino lleva mucho tiempo preparado. Al releer una vez más la noticia del 15 de enero, siento orgullo y esperanza: orgullo de un país que ha demostrado al mundo su disposición a establecer una democracia secular auténtica y esperanza con miras al futuro.

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