BERLÍN – Estados Unidos sufre una crisis doble. Los titulares de los últimos meses se centraron principalmente en la crisis de su democracia, pero la crisis de su poder global puede resultar todavía más trascendente en el largo plazo.
La crisis de la democracia estadounidense quedó personificada en la figura de Donald Trump, el derrotado «divisor en jefe» que aún dirige al Partido Republicano. Su sucesor, Joe Biden, se embarcó en un proyecto político para reunificar al país y ya reactivó muchas de las instituciones que atacó Trump mientras estuvo en ejercicio, pero revertir la polarización cada vez más profunda y las desigualdades en rápido crecimiento en ese país no será fácil en un entorno político impulsado por el cambio demográfico, la fragmentación de los medios y la manipulación electoral.
Independientemente de lo difícil que pueda ser la reparación de las instituciones democráticas estadounidenses, más difícil aún será restaurar la imagen del país en el mundo. Después de la Guerra Fría, EE. UU. disfrutó una «prima de poder»: debido que tanto sus amigos como sus enemigos sobreestimaron rutinariamente los intereses estadounidenses, EE. UU. disfrutó de una influencia gigantesca en países y regiones por todo el mundo.
BERLÍN – Estados Unidos sufre una crisis doble. Los titulares de los últimos meses se centraron principalmente en la crisis de su democracia, pero la crisis de su poder global puede resultar todavía más trascendente en el largo plazo.
La crisis de la democracia estadounidense quedó personificada en la figura de Donald Trump, el derrotado «divisor en jefe» que aún dirige al Partido Republicano. Su sucesor, Joe Biden, se embarcó en un proyecto político para reunificar al país y ya reactivó muchas de las instituciones que atacó Trump mientras estuvo en ejercicio, pero revertir la polarización cada vez más profunda y las desigualdades en rápido crecimiento en ese país no será fácil en un entorno político impulsado por el cambio demográfico, la fragmentación de los medios y la manipulación electoral.
Independientemente de lo difícil que pueda ser la reparación de las instituciones democráticas estadounidenses, más difícil aún será restaurar la imagen del país en el mundo. Después de la Guerra Fría, EE. UU. disfrutó una «prima de poder»: debido que tanto sus amigos como sus enemigos sobreestimaron rutinariamente los intereses estadounidenses, EE. UU. disfrutó de una influencia gigantesca en países y regiones por todo el mundo.