SAINT JOHN’S – La semana pasada, jefes de Estado, ministros de Hacienda y Energía, inversores, grupos de la sociedad civil y líderes de la industria energética se reunieron en Barbados en el Foro Energía Sostenible para Todos (SEforAll). El tema de la conferencia -energía sostenible para la equidad, la seguridad y la prosperidad- reflejaba una realidad a menudo subestimada: la transición hacia una energía limpia es vital no solo para proteger el planeta, sino también para mejorar la resiliencia económica y la seguridad energética en un contexto global incierto.
Sin duda, no hay que subestimar el imperativo ambiental, especialmente en los pequeños estados insulares en desarrollo (PEID) como Antigua y Barbuda, que se encuentran en primera línea de la crisis climática. En 2017, el huracán Irma diezmó mi país en apenas unas horas, y casi todos los edificios de nuestras islas resultaron dañados por los vientos de más de 350 kilómetros por hora de la tormenta. Las tareas de limpieza y reconstrucción costaron más de 222 millones de dólares, según cálculos del Banco Mundial y, aun así, ocho años después, seguimos arrastrando las cicatrices, físicas y económicas. Y este es solo un ejemplo: las tormentas, el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos y el desplazamiento de las pesquerías nos están costando muy caros y, en un mundo que se calienta aceleradamente, sabemos que lo peor está por venir.
Pero hoy también sabemos que la transición energética -en concreto, la transición a energías renovables de producción nacional- es esencial para apoyar la resiliencia económica y la seguridad energética. La dependencia de combustibles fósiles importados, como el gas natural licuado (GNL), expone a nuestros países a oscilaciones de precios volátiles, alteraciones del suministro y tensiones presupuestarias. Y, a diferencia del metano altamente inflamable, con sus efectos adversos para la seguridad, la salud y el clima, el sol y el viento no están sujetos a la especulación del mercado ni al creciente riesgo geopolítico.
En los pasillos del Foro SEforAll, los ejecutivos de la industria de combustibles fósiles repitieron su discurso habitual, afirmando que sus productos siguen siendo una solución “puente” vital para la transición energética. Sin embargo, el plazo que debe superarse probablemente será mucho más corto que los contratos de 30 años que presionan a los PEID y a otras economías emergentes para que firmen. De hecho, las tendencias actuales sugieren que la mayoría de las economías emergentes y en desarrollo habrán superado su necesidad de gas en diez años.
Una de las razones es la inteligencia artificial, que ayuda a adaptar el suministro variable de energías renovables a las fluctuaciones de la demanda, facilitando así la integración de las renovables en las redes eléctricas. El desmoronamiento del costo de los sistemas de almacenamiento de energía también está ayudando, ya que la tecnología avanzada de las baterías reduce la necesidad de suministros de reserva de combustibles fósiles. El efecto es tan pronunciado que algunos proyectos de centrales eléctricas a gas y carbón ya se han pausado o cancelado. Los nuevos proyectos de GNL se consideran ahora inversiones riesgosas, la mayoría de las cuales no recuperarán sus desembolsos iniciales de capital.
Mientras tanto, los inversores acuden en masa a las energías limpias, que el año pasado atrajeron casi el doble de fondos que los combustibles fósiles. Esta es una buena noticia: una transición rápida hacia las energías limpias exigirá grandes inversiones iniciales -muchas más que las habituales-. Pero la recompensa será enorme: una reducción de casi el 20% en los costos energéticos para los consumidores de las economías emergentes de aquí a 2050, en comparación con la dependencia continuada de los combustibles fósiles.
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Teniendo en cuenta estas consideraciones, Antigua y Barbuda se convirtió en el primer país no perteneciente a la región del Pacífico en respaldar un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles -un pacto internacional de transición para eliminar progresivamente el petróleo, el gas y el carbón-. También nos hemos comprometido a conseguir un 100% de energía limpia para 2030 y una flota de transporte totalmente electrificada para 2040.
Pero no podemos hacerlo solos. En tanto los desastres climáticos proliferan y se intensifican, también lo hacen los costos de recuperación. A nuestro gobierno no le queda más remedio que endeudarse a tasas de interés elevadas, lo que agrava nuestra ya onerosa deuda nacional. Como viene diciendo desde hace tiempo mi amiga Mia Amor Mottley, primera ministra de Barbados, necesitamos que los bancos de desarrollo hagan su trabajo, no que protejan su calificación crediticia AAA.
Por ello, Antigua y Barbuda y los demás PEID piden a todos los países que se pongan como meta cinco objetivos clave. En primer lugar, fortalecer la transición energética y los compromisos climáticos, incluyendo la eliminación gradual de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles. En segundo lugar, movilizar una financiación climática transformadora a gran escala, incluso mediante gravámenes y canjes de deuda por clima. Tercero, impulsar el despliegue de energías renovables reforzando las plataformas de aplicación existentes. En cuarto lugar, aumentar la capacidad institucional y facilitar el intercambio de conocimientos sobre energías limpias y eficiencia energética, especialmente a través de la cooperación Sur-Sur. Por último, mejorar la resiliencia -por ejemplo, promoviendo la adopción de tecnologías de cocina eléctrica- y la adaptación.
Esta agenda es esencial para salvaguardar nuestro planeta -la base de nuestra salud, seguridad y prosperidad-. Cuando es tanto lo que hay en juego, no podemos permitirnos alternativas.
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The geostrategic shock that has accompanied Donald Trump’s return to the White House is the functional equivalent of a full-blown crisis. It is likely to have a lasting impact on the US and Chinese economies, and the contagion is almost certain to spread throughout the world through cross-border trade and capital flows.
likens Donald Trump’s reversal of America’s global leadership role to a full-blown crisis, similar to COVID-19.
Jorge Heine
urges the Organization of American States to demonstrate leadership in Haiti, shows how small countries can implement a foreign policy based on active non-alignment, calls on China and Europe to diversify the global monetary system, and more.
US President Donald Trump’s dismantling of America’s foreign-aid program may be the wake-up call African leaders need. If necessity is the mother of invention, the end of USAID could galvanize African governments to confront their countries’ challenges head-on.
sees opportunities to promote local growth following a massive reduction in foreign aid.
SAINT JOHN’S – La semana pasada, jefes de Estado, ministros de Hacienda y Energía, inversores, grupos de la sociedad civil y líderes de la industria energética se reunieron en Barbados en el Foro Energía Sostenible para Todos (SEforAll). El tema de la conferencia -energía sostenible para la equidad, la seguridad y la prosperidad- reflejaba una realidad a menudo subestimada: la transición hacia una energía limpia es vital no solo para proteger el planeta, sino también para mejorar la resiliencia económica y la seguridad energética en un contexto global incierto.
Sin duda, no hay que subestimar el imperativo ambiental, especialmente en los pequeños estados insulares en desarrollo (PEID) como Antigua y Barbuda, que se encuentran en primera línea de la crisis climática. En 2017, el huracán Irma diezmó mi país en apenas unas horas, y casi todos los edificios de nuestras islas resultaron dañados por los vientos de más de 350 kilómetros por hora de la tormenta. Las tareas de limpieza y reconstrucción costaron más de 222 millones de dólares, según cálculos del Banco Mundial y, aun así, ocho años después, seguimos arrastrando las cicatrices, físicas y económicas. Y este es solo un ejemplo: las tormentas, el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos y el desplazamiento de las pesquerías nos están costando muy caros y, en un mundo que se calienta aceleradamente, sabemos que lo peor está por venir.
Pero hoy también sabemos que la transición energética -en concreto, la transición a energías renovables de producción nacional- es esencial para apoyar la resiliencia económica y la seguridad energética. La dependencia de combustibles fósiles importados, como el gas natural licuado (GNL), expone a nuestros países a oscilaciones de precios volátiles, alteraciones del suministro y tensiones presupuestarias. Y, a diferencia del metano altamente inflamable, con sus efectos adversos para la seguridad, la salud y el clima, el sol y el viento no están sujetos a la especulación del mercado ni al creciente riesgo geopolítico.
En los pasillos del Foro SEforAll, los ejecutivos de la industria de combustibles fósiles repitieron su discurso habitual, afirmando que sus productos siguen siendo una solución “puente” vital para la transición energética. Sin embargo, el plazo que debe superarse probablemente será mucho más corto que los contratos de 30 años que presionan a los PEID y a otras economías emergentes para que firmen. De hecho, las tendencias actuales sugieren que la mayoría de las economías emergentes y en desarrollo habrán superado su necesidad de gas en diez años.
Una de las razones es la inteligencia artificial, que ayuda a adaptar el suministro variable de energías renovables a las fluctuaciones de la demanda, facilitando así la integración de las renovables en las redes eléctricas. El desmoronamiento del costo de los sistemas de almacenamiento de energía también está ayudando, ya que la tecnología avanzada de las baterías reduce la necesidad de suministros de reserva de combustibles fósiles. El efecto es tan pronunciado que algunos proyectos de centrales eléctricas a gas y carbón ya se han pausado o cancelado. Los nuevos proyectos de GNL se consideran ahora inversiones riesgosas, la mayoría de las cuales no recuperarán sus desembolsos iniciales de capital.
Mientras tanto, los inversores acuden en masa a las energías limpias, que el año pasado atrajeron casi el doble de fondos que los combustibles fósiles. Esta es una buena noticia: una transición rápida hacia las energías limpias exigirá grandes inversiones iniciales -muchas más que las habituales-. Pero la recompensa será enorme: una reducción de casi el 20% en los costos energéticos para los consumidores de las economías emergentes de aquí a 2050, en comparación con la dependencia continuada de los combustibles fósiles.
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Pero no podemos hacerlo solos. En tanto los desastres climáticos proliferan y se intensifican, también lo hacen los costos de recuperación. A nuestro gobierno no le queda más remedio que endeudarse a tasas de interés elevadas, lo que agrava nuestra ya onerosa deuda nacional. Como viene diciendo desde hace tiempo mi amiga Mia Amor Mottley, primera ministra de Barbados, necesitamos que los bancos de desarrollo hagan su trabajo, no que protejan su calificación crediticia AAA.
Por ello, Antigua y Barbuda y los demás PEID piden a todos los países que se pongan como meta cinco objetivos clave. En primer lugar, fortalecer la transición energética y los compromisos climáticos, incluyendo la eliminación gradual de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles. En segundo lugar, movilizar una financiación climática transformadora a gran escala, incluso mediante gravámenes y canjes de deuda por clima. Tercero, impulsar el despliegue de energías renovables reforzando las plataformas de aplicación existentes. En cuarto lugar, aumentar la capacidad institucional y facilitar el intercambio de conocimientos sobre energías limpias y eficiencia energética, especialmente a través de la cooperación Sur-Sur. Por último, mejorar la resiliencia -por ejemplo, promoviendo la adopción de tecnologías de cocina eléctrica- y la adaptación.
Esta agenda es esencial para salvaguardar nuestro planeta -la base de nuestra salud, seguridad y prosperidad-. Cuando es tanto lo que hay en juego, no podemos permitirnos alternativas.