MÚNICH – Con su «taxonomía de actividades sostenibles» de 2020, la Unión Europea encontró una forma de usar al Banco Central Europeo para orientar los mercados de capitales subsidiando directamente el costo por intereses de los proyectos de inversión «verdes». Muchos políticos europeos —especialmente los de partidos verdes en países de habla germana— aplaudieron este enfoque, pero ahora están consternados porque la Comisión Europea, por presiones de Francia, clasificará a la energía nuclear como energía verde.
Los Verdes europeos, que surgieron con el movimiento antinuclear, nunca soñaron que esta fuente energética condenada al ostracismo no solo recuperaría su respetabilidad, sino que llegaría incluso a estar asociada con su propia marca. Su humillación no podría ser mayor.
Pero que la energía nuclear constituya o no una energía verde no es solo una cuestión ideológica. Hay enormes sumas de dinero en juego, porque el BCE ofrecerá a los bancos condiciones de refinanciamiento particularmente atractivas si usan como garantía bonos clasificados como verdes por la UE. El BCE también dejó en claro que está más dispuesto a comprar un volumen desproporcionado de bonos verdes y crear así una nueva estructura de tasas de interés dentro de los mercados de capitales. Ahora que las metas de inversión favorables para el medio ambiente se benefician cada vez más con menores tasas de interés, una porción significativa de los ahorros de los europeos —acumulados durante generaciones— se está desviando desde otras partes de la economía hacia proyectos clasificados como verdes.
Desde la perspectiva de un economista, esto es espeluznante. Vemos un redireccionamiento al por mayor del capital —el factor más importante no humano de la producción en una economía de mercado—, que se está llevando a cabo de una manera que infringe abiertamente el principio de neutralidad en las asignaciones, un postulado clave de la teoría económica.
La economía de las externalidades ambientales es simple: si se pretende internalizar al mercado las externalidades negativas —un objetivo loable—, se debe hacer a través de un mecanismo de precios directo, como un impuesto al carbono o un sistema de negociación de permisos de emisión. Por el contrario, cambiar la tasa de interés —es decir, el precio del capital— simplemente abre la puerta a una miríada de costosas distorsiones en la asignación, porque la relación complementaria del capital —como factor de producción de las empresas verdes— es escasa con el hecho de evitar daños ambientales. El enfoque europeo actual representa entonces una política dispersa.
El Tratado de Maastricht de la UE no autoriza al BCE a participar en las políticas económicas y medioambientales. Los responsables de las políticas monetarias deben, en lugar de ello, obtener una autorización específica que indique una ampliación de su mandato. Esa ampliación requiere el consentimiento unánime de todos los países de la UE mediante una enmienda al Tratado. Esta barrera debiera haber asegurado que se respetara el principio de neutralidad en la asignación, pero, como a menudo sucede, los responsables de las políticas de la UE inventaron un truco legal para evitar cambios formales al Tratado.
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Dejando a un lado los posibles problemas legales y económicos fundamentales de la manipulación por el BCE de las tasas de interés, la perspectiva de que la energía nuclear sea clasificada como verde es un buen avance. Tiene además muchísimo sentido, considerando que las plantas nucleares no emiten CO2. En términos de la agenda climática más amplia, los políticos Verdes cometieron un enorme error al demonizar la energía nuclear, y el resto del mundo lo ha reconocido.
Después de todo, el gran desplazamiento de la energía nuclear hacia la energía eólica y solar solo tuvo lugar en Alemania y otros pocos países después de varios accidentes que recibieron amplia cobertura de la prensa. Otra vez se están diseñando y construyendo nuevas plantas de energía nuclear en todo el mundo. Actualmente hay 57 en construcción y 97 planificadas, y hay propuestas para 325 más.
El primer país que consideró seriamente abandonar por completo la energía nuclear fue Suecia —después del accidente de Three Mile Island en 1979 en Harrisburg, Pensilvania—, pero mantuvo la mayoría de sus plantas de energía nuclear y hace mucho ya que dejó de buscar una salida. De manera similar, a pesar del accidente de 2011 en Fukushima, Japón abrazó nuevamente por completo la energía nuclear después de una revisión de seguridad y modernización de sus plantas de generación eléctrica.
Más prometedoras aún son las investigaciones en curso sobre nuevos tipos de plantas de energía nuclear, entre ellas, los diseños basados en el torio y en modelos que evitan el problema del almacenamiento de los residuos nucleares mediante la utilización de barras reprocesadas de combustible. Son inherentemente más seguras que las plantas eléctricas antiguas.
Desde la perspectiva del contexto mundial del siglo XXI, Alemania va a contramano por la autopista. No sorprende que los Verdes sufran divisiones internas. La mayoría aún están furiosos, pero algunos de los miembros más astutos del partido se alegran en secreto de contar con la alternativa barata de la energía nuclear —que no produce emisiones de CO2— frente a los combustibles fósiles. Con su oferta ajustable de electricidad, la energía nuclear será fundamental en los períodos cuando paréntesis prolongados en la generación eólica o solar amenacen con interrumpir la provisión eléctrica. Lo mejor de todo es que los Verdes alemanes pueden guardar las apariencias simplemente echándole la culpa a los franceses.
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Readers seeking a self-critical analysis of the former German chancellor’s 16-year tenure will be disappointed by her long-awaited memoir, as she offers neither a mea culpa nor even an acknowledgment of her missteps. Still, the book provides a rare glimpse into the mind of a remarkable politician.
highlights how and why the former German chancellor’s legacy has soured in the three years since she left power.
The United States and its allies have a unique opportunity to help Syria finally move away from foreign-sponsored proxy wars and toward a more balanced regional alignment. Engagement with Syria's new leadership offers leverage, whereas confrontation will merely perpetuate the old cycle of bloodshed.
explains how America and its allies should respond to the demise of the country's longstanding dictatorship.
MÚNICH – Con su «taxonomía de actividades sostenibles» de 2020, la Unión Europea encontró una forma de usar al Banco Central Europeo para orientar los mercados de capitales subsidiando directamente el costo por intereses de los proyectos de inversión «verdes». Muchos políticos europeos —especialmente los de partidos verdes en países de habla germana— aplaudieron este enfoque, pero ahora están consternados porque la Comisión Europea, por presiones de Francia, clasificará a la energía nuclear como energía verde.
Los Verdes europeos, que surgieron con el movimiento antinuclear, nunca soñaron que esta fuente energética condenada al ostracismo no solo recuperaría su respetabilidad, sino que llegaría incluso a estar asociada con su propia marca. Su humillación no podría ser mayor.
Pero que la energía nuclear constituya o no una energía verde no es solo una cuestión ideológica. Hay enormes sumas de dinero en juego, porque el BCE ofrecerá a los bancos condiciones de refinanciamiento particularmente atractivas si usan como garantía bonos clasificados como verdes por la UE. El BCE también dejó en claro que está más dispuesto a comprar un volumen desproporcionado de bonos verdes y crear así una nueva estructura de tasas de interés dentro de los mercados de capitales. Ahora que las metas de inversión favorables para el medio ambiente se benefician cada vez más con menores tasas de interés, una porción significativa de los ahorros de los europeos —acumulados durante generaciones— se está desviando desde otras partes de la economía hacia proyectos clasificados como verdes.
Desde la perspectiva de un economista, esto es espeluznante. Vemos un redireccionamiento al por mayor del capital —el factor más importante no humano de la producción en una economía de mercado—, que se está llevando a cabo de una manera que infringe abiertamente el principio de neutralidad en las asignaciones, un postulado clave de la teoría económica.
La economía de las externalidades ambientales es simple: si se pretende internalizar al mercado las externalidades negativas —un objetivo loable—, se debe hacer a través de un mecanismo de precios directo, como un impuesto al carbono o un sistema de negociación de permisos de emisión. Por el contrario, cambiar la tasa de interés —es decir, el precio del capital— simplemente abre la puerta a una miríada de costosas distorsiones en la asignación, porque la relación complementaria del capital —como factor de producción de las empresas verdes— es escasa con el hecho de evitar daños ambientales. El enfoque europeo actual representa entonces una política dispersa.
El Tratado de Maastricht de la UE no autoriza al BCE a participar en las políticas económicas y medioambientales. Los responsables de las políticas monetarias deben, en lugar de ello, obtener una autorización específica que indique una ampliación de su mandato. Esa ampliación requiere el consentimiento unánime de todos los países de la UE mediante una enmienda al Tratado. Esta barrera debiera haber asegurado que se respetara el principio de neutralidad en la asignación, pero, como a menudo sucede, los responsables de las políticas de la UE inventaron un truco legal para evitar cambios formales al Tratado.
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Dejando a un lado los posibles problemas legales y económicos fundamentales de la manipulación por el BCE de las tasas de interés, la perspectiva de que la energía nuclear sea clasificada como verde es un buen avance. Tiene además muchísimo sentido, considerando que las plantas nucleares no emiten CO2. En términos de la agenda climática más amplia, los políticos Verdes cometieron un enorme error al demonizar la energía nuclear, y el resto del mundo lo ha reconocido.
Después de todo, el gran desplazamiento de la energía nuclear hacia la energía eólica y solar solo tuvo lugar en Alemania y otros pocos países después de varios accidentes que recibieron amplia cobertura de la prensa. Otra vez se están diseñando y construyendo nuevas plantas de energía nuclear en todo el mundo. Actualmente hay 57 en construcción y 97 planificadas, y hay propuestas para 325 más.
El primer país que consideró seriamente abandonar por completo la energía nuclear fue Suecia —después del accidente de Three Mile Island en 1979 en Harrisburg, Pensilvania—, pero mantuvo la mayoría de sus plantas de energía nuclear y hace mucho ya que dejó de buscar una salida. De manera similar, a pesar del accidente de 2011 en Fukushima, Japón abrazó nuevamente por completo la energía nuclear después de una revisión de seguridad y modernización de sus plantas de generación eléctrica.
Más prometedoras aún son las investigaciones en curso sobre nuevos tipos de plantas de energía nuclear, entre ellas, los diseños basados en el torio y en modelos que evitan el problema del almacenamiento de los residuos nucleares mediante la utilización de barras reprocesadas de combustible. Son inherentemente más seguras que las plantas eléctricas antiguas.
Desde la perspectiva del contexto mundial del siglo XXI, Alemania va a contramano por la autopista. No sorprende que los Verdes sufran divisiones internas. La mayoría aún están furiosos, pero algunos de los miembros más astutos del partido se alegran en secreto de contar con la alternativa barata de la energía nuclear —que no produce emisiones de CO2— frente a los combustibles fósiles. Con su oferta ajustable de electricidad, la energía nuclear será fundamental en los períodos cuando paréntesis prolongados en la generación eólica o solar amenacen con interrumpir la provisión eléctrica. Lo mejor de todo es que los Verdes alemanes pueden guardar las apariencias simplemente echándole la culpa a los franceses.
Traducción al español por Ant-Translation