PARÍS – Estas últimas semanas han sido difíciles para quienes tenemos un compromiso con una Europa más verde y progresista. En la elección para el Parlamento Europeo, los partidos de ultraderecha obtuvieron alrededor del 20% de los votos y casi un quinto de todos los escaños. En mi país (Francia), la Agrupación Nacional terminó en primer lugar, y pronto podría formar un gobierno de ultraderecha, si obtiene resultados similares en la próxima elección anticipada.
Aunque el avance de los partidos de ultraderecha es atribuible ante todo a sus posturas en lo referido a las migraciones y el costo de vida, muchos también son abiertamente hostiles a las políticas climáticas. Pero el fatalismo sería la peor respuesta posible. Los resultados electorales no indican un rechazo a las ambiciones climáticas, y sería un error histórico que nuestros líderes los interpreten de tal modo. Las encuestas de opinión muestran que los europeos apoyan una acción más decidida contra el cambio climático, al que una enorme mayoría (el 77%) considera un problema muy grave.
A pesar de algunas coberturas periodísticas, los partidos europeístas retuvieron su lugar en la composición general del Parlamento Europeo. El centroderechista Partido Popular Europeo (PPE) sigue siendo el agrupamiento más numeroso, y será un elemento central de cualquier futura coalición. Su programa de campaña de 2024 promete continuar y profundizar el histórico Pacto Verde de la Unión Europea.
Además, la «ola» ultraderechista no se sintió en toda Europa. En Eslovaquia, el partido centrista Eslovaquia Progresista, ayudado por una participación electoral récord, derrotó al partido populista gobernante. En los países nórdicos, los partidos progresistas que defienden políticas climáticas hicieron avances, y de hecho los partidos populistas de ultraderecha perdieron apoyo. Europa puede aprender mucho de Finlandia, donde una estrategia seria y multidimensional de combate a la desinformación generó la mayor resistencia a noticias falsas dentro de la UE.
Pero no se puede negar que los avances de la ultraderecha tendrán un efecto negativo sobre las políticas progresistas. No habrá un apoyo enérgico a una acción climática decidida como el que hubo en los últimos cinco años de amplio consenso en la materia. La campaña electoral giró en torno de cuestiones como la seguridad, la competitividad y las migraciones, y es de prever que estas adquieran primacía respecto de reducir las emisiones. La formulación de políticas será más transaccional, y el resultado del regateo político será un programa climático con menos coherencia ideológica.
Frente a estas nuevas realidades, ¿cómo debemos responder quienes queremos que la UE mantenga el liderazgo en política climática? Enfrentamos, en parte, un problema de comunicación. Debemos demostrar los beneficios generales de la transición verde: de qué manera ayudará a la gente a tener vidas más sanas, seguras, prósperas y dignas. De nada sirve protestar diciendo que la derecha hizo una explotación cínica de las quejas y preocupaciones de los votantes. Tenemos que ofrecer una visión más atrayente y positiva en relación con la alternativa. La única respuesta posible a la polarización política es presentar políticas más justas y escuchar a los ciudadanos (muchos de los cuales se sienten ignorados y marginados).
Los defensores de la política climática también deberán convencer a una dirigencia europea que estará más inclinada a la derecha de que los problemas de Europa están vinculados y no admiten respuestas aisladas. Puesto que el cambio climático amplifica otros desafíos como la inestabilidad geopolítica y las migraciones, la acción climática debe ser parte integral de la estrategia europea de seguridad.
Los resultados de esta elección confirman una vez más la necesidad de recalcar la dimensión social de la formulación de políticas, en el nivel de la UE y en el nivel nacional. Tenemos que dar una respuesta seria a grandes desigualdades de riqueza y de emisiones, además de disparidades regionales. Estas divergencias se han ido convirtiendo en un elemento distintivo de la sociedad europea, y generan condiciones propicias para la ultraderecha y para el rechazo general de la política climática.
Piénsese que en Estados Unidos y en la UE, el decil más rico emite entre tres y cinco veces más que el individuo promedio, y unas dieciséis veces más que el decil más pobre. Y esta injusticia no pasa inadvertida a los votantes. En Francia, el 76% de las personas coincide con la afirmación de que «el ahorro de energía sólo se impone a la gente común, no a las élites», y el 79% coincide con que «la crisis climática y energética la pagan los pobres, pero los responsables de la crisis son los ricos».
Mientras no haya respuesta a estas disparidades, habrá una fundada sensación pública de injusticia que obstaculizará cualquier avance en política climática. Necesitamos un cambio radical de estrategia, para poner la justicia social y la equidad en el centro de la formulación de políticas y defender y mejorar la democracia. En muchos países europeos, los activistas y ONG progresistas soportan cada vez más presiones y enfrentan nuevas restricciones legales, como parte de un retroceso general de las libertades democráticas. En algunos casos vemos intentos descarados de suprimir a la sociedad civil.
Los resultados de la elección europea deben servirnos como recordatorio de que el Pacto Verde Europeo y la democracia europea son precondiciones para la acción climática y para cualquier otra causa progresista. No abandonemos la lucha. He dedicado suficientes años de mi vida al activismo climático para saber que el progreso no es lineal. Es nuestro deber reagruparnos y renovar nuestro compromiso con un futuro más justo y respetuoso del medioambiente.
Traducción: Esteban Flamini
PARÍS – Estas últimas semanas han sido difíciles para quienes tenemos un compromiso con una Europa más verde y progresista. En la elección para el Parlamento Europeo, los partidos de ultraderecha obtuvieron alrededor del 20% de los votos y casi un quinto de todos los escaños. En mi país (Francia), la Agrupación Nacional terminó en primer lugar, y pronto podría formar un gobierno de ultraderecha, si obtiene resultados similares en la próxima elección anticipada.
Aunque el avance de los partidos de ultraderecha es atribuible ante todo a sus posturas en lo referido a las migraciones y el costo de vida, muchos también son abiertamente hostiles a las políticas climáticas. Pero el fatalismo sería la peor respuesta posible. Los resultados electorales no indican un rechazo a las ambiciones climáticas, y sería un error histórico que nuestros líderes los interpreten de tal modo. Las encuestas de opinión muestran que los europeos apoyan una acción más decidida contra el cambio climático, al que una enorme mayoría (el 77%) considera un problema muy grave.
A pesar de algunas coberturas periodísticas, los partidos europeístas retuvieron su lugar en la composición general del Parlamento Europeo. El centroderechista Partido Popular Europeo (PPE) sigue siendo el agrupamiento más numeroso, y será un elemento central de cualquier futura coalición. Su programa de campaña de 2024 promete continuar y profundizar el histórico Pacto Verde de la Unión Europea.
Además, la «ola» ultraderechista no se sintió en toda Europa. En Eslovaquia, el partido centrista Eslovaquia Progresista, ayudado por una participación electoral récord, derrotó al partido populista gobernante. En los países nórdicos, los partidos progresistas que defienden políticas climáticas hicieron avances, y de hecho los partidos populistas de ultraderecha perdieron apoyo. Europa puede aprender mucho de Finlandia, donde una estrategia seria y multidimensional de combate a la desinformación generó la mayor resistencia a noticias falsas dentro de la UE.
Pero no se puede negar que los avances de la ultraderecha tendrán un efecto negativo sobre las políticas progresistas. No habrá un apoyo enérgico a una acción climática decidida como el que hubo en los últimos cinco años de amplio consenso en la materia. La campaña electoral giró en torno de cuestiones como la seguridad, la competitividad y las migraciones, y es de prever que estas adquieran primacía respecto de reducir las emisiones. La formulación de políticas será más transaccional, y el resultado del regateo político será un programa climático con menos coherencia ideológica.
Frente a estas nuevas realidades, ¿cómo debemos responder quienes queremos que la UE mantenga el liderazgo en política climática? Enfrentamos, en parte, un problema de comunicación. Debemos demostrar los beneficios generales de la transición verde: de qué manera ayudará a la gente a tener vidas más sanas, seguras, prósperas y dignas. De nada sirve protestar diciendo que la derecha hizo una explotación cínica de las quejas y preocupaciones de los votantes. Tenemos que ofrecer una visión más atrayente y positiva en relación con la alternativa. La única respuesta posible a la polarización política es presentar políticas más justas y escuchar a los ciudadanos (muchos de los cuales se sienten ignorados y marginados).
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Los resultados de esta elección confirman una vez más la necesidad de recalcar la dimensión social de la formulación de políticas, en el nivel de la UE y en el nivel nacional. Tenemos que dar una respuesta seria a grandes desigualdades de riqueza y de emisiones, además de disparidades regionales. Estas divergencias se han ido convirtiendo en un elemento distintivo de la sociedad europea, y generan condiciones propicias para la ultraderecha y para el rechazo general de la política climática.
Piénsese que en Estados Unidos y en la UE, el decil más rico emite entre tres y cinco veces más que el individuo promedio, y unas dieciséis veces más que el decil más pobre. Y esta injusticia no pasa inadvertida a los votantes. En Francia, el 76% de las personas coincide con la afirmación de que «el ahorro de energía sólo se impone a la gente común, no a las élites», y el 79% coincide con que «la crisis climática y energética la pagan los pobres, pero los responsables de la crisis son los ricos».
Mientras no haya respuesta a estas disparidades, habrá una fundada sensación pública de injusticia que obstaculizará cualquier avance en política climática. Necesitamos un cambio radical de estrategia, para poner la justicia social y la equidad en el centro de la formulación de políticas y defender y mejorar la democracia. En muchos países europeos, los activistas y ONG progresistas soportan cada vez más presiones y enfrentan nuevas restricciones legales, como parte de un retroceso general de las libertades democráticas. En algunos casos vemos intentos descarados de suprimir a la sociedad civil.
Los resultados de la elección europea deben servirnos como recordatorio de que el Pacto Verde Europeo y la democracia europea son precondiciones para la acción climática y para cualquier otra causa progresista. No abandonemos la lucha. He dedicado suficientes años de mi vida al activismo climático para saber que el progreso no es lineal. Es nuestro deber reagruparnos y renovar nuestro compromiso con un futuro más justo y respetuoso del medioambiente.
Traducción: Esteban Flamini