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El capital catalizador tiene la llave para la transición verde del sudeste asiático

SINGAPUR/LONDRES – La Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático (COP28), realizada en 2023 en Dubái, concluyó con un acuerdo histórico para el abandono gradual de los combustibles fósiles y triplicar la capacidad de energías renovables del planeta. Si bien este es un paso en la dirección correcta, ¿cómo podemos asegurarnos de que las economías emergentes cuenten con los recursos necesarios para lograr una transición justa a las energías limpias?

En el Sudeste Asiático esta es una interrogante que ha ido adquiriendo urgencia. En 2021, en la COP26 de Glasgow, ocho de los diez países de la ASEAN -Brunéi, Camboya, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam- revelaron sus planes actualizados de reducción de emisiones, fijándose ambiciosos objetivos de cero emisiones netas para 2030 y comprometiéndose a alcanzarlos para 2050, una década antes de lo planificado originalmente. Sin embargo, los últimos dos años han puesto de relieve las inmensas inversiones que se necesitarán para construir la infraestructura correspondiente en estas economías en desarrollo. La Agencia Internacional de Energías Renovables estima que los estados miembros del bloque precisarán de una inversión anual promedio de $210 mil millones hasta 2050 para cumplir estas metas.

A estas alturas, ya queda claro que ningún país o bloque por sí solo podrá alcanzar sus objetivos de emisiones cero y que necesitarán sólidas colaboraciones público-privadas para lograr una transición energética justa. Según un informe publicado en 2023 por la Corporación Financiera Internacional y la Agencia Internacional de la Energía, los países del sudeste asiático necesitarán $9 mil millones en fondos concesionales al año hasta 2031-35 para movilizar el capital privado necesario para descarbonizar sus economías.

El sudeste de Asia, con sus numerosas comunidades isleñas y vastas áreas costeras, es una de las regiones del mundo más vulnerables al cambio climático. Sus emisiones de dióxido de carbono se duplicaron entre 1990 y 2020, y se espera que su demanda energética se triplique para 2050, lo que subraya la necesidad de soluciones tecnológicas innovadoras y rentables en función de sus costes.

Al mismo tiempo, la creciente frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, las menores cosechas agrícolas, el deterioro de las condiciones de vida y el declive del turismo demuestran el devastador impacto del cambio climático sobre las economías de esta región. El Banco Asiático de Desarrollo proyecta que el calentamiento global podría reducir su PIB en un 11% para fines de este siglo, mientras que la reaseguradora Swiss Re estima que las pérdidas del PIB regional podrían llegar hasta al 37%.

Reconociendo esta urgente necesidad de implementación de acciones climáticas, varios países del sudeste asiático anunciaron recientemente una serie de relaciones de colaboración con inversionistas y organizaciones internacionales. Por ejemplo, durante la COP28, Perusahaan Listrik Negara (PLN), la compañía eléctrica estatal de Indonesia, firmó 14 acuerdos estratégicos para acelerar la integración de energías renovables a su matriz eléctrica nacional, cerrar plantas a carbón y desarrollar programas de formación para sus trabajadores.

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Vietnam, con una fuerte conciencia de su vulnerabilidad al cambio climático, ha dado pasos para promover soluciones climáticas equitativas. En mayo de 2023, aprobó un nuevo plan de desarrollo energético (el PDP8), que apunta a aumentar la capacidad eólica y de gas, y a reducir la dependencia del carbón. También se unió al Acelerador de Transición a la Descarbonización, en el que Indonesia, Malasia y varios países occidentales comparten conocimientos, desarrollan nuevas políticas y destraban fondos públicos y privados para facilitar el abandono gradual del carbón.

Si bien los gobiernos de esta región han suscrito numerosas iniciativas de energía limpia por sí mismos, en enfoque coordinado es clave para asegurar una transición energética justa que estimule el crecimiento económico. Si fomentan la cooperación entre los sectores público y privado, los países de la ASEAN pueden obtener acceso al capital y la experticia necesarios para mitigar los riesgos percibidos y transformar proyectos que exigen un alto capital en empresas viables y posibles de financiar.

Pero para que la región pase a utilizar energía renovable será necesario, además, un esfuerzo global concertado. Para 2050, se espera que las economías emergentes con uso actual relativamente bajo de energía representen un 75% de las emisiones globales. Para cumplir los objetivos climáticos mundiales, la comunidad internacional debe respaldar las iniciativas de descarbonización de estos países.

Históricamente, las grandes corporaciones y empresas estatales han recibido la mayor parte de los fondos climáticos en el sudeste asiático. Sin embargo, la transición a energías limpias permite que los países de la ASEAN redirijan flujos de capital hacia empresas pequeñas y medianas, apoyando así el creciente ecosistema de emprendimientos emergentes, creando empleos e impulsando una prosperidad sostenible.

Dado que el capital concesional es un recurso finito, en especial si se trata de proyectos de transición energética, resulta crucial crear estructuras de financiación adecuadas y capaces de movilizar capitales de fase temprana. Afortunadamente, esta escasez ofrece una oportunidad única para movilizar la participación de los privados mediante el apalancamiento del capital filantrópico. La reducción de la brecha entre filantropía e inversión podría ayudar a promover el desarrollo de nuevas tecnologías y modelos de negocios que están a pasos de ser viables comercialmente.

Los inversionistas filantrópicos con la capacidad de movilizar capital privado tienen un papel crucial en hacer realidad la transición energética del sudeste asiático. A través de las finanzas mixtas, podrían ayudar a demostrar la factibilidad de tecnologías, empresas y proyectos emergentes. Es cierto que este enfoque va más allá del alcance convencional de la filantropía. Pero, al respaldar y estructurar transacciones que atraigan finanzas para el desarrollo, los fondos filantrópicos podrían catalizar flujos financieros privados.

El Fondo del Sudeste Asiático para la Energía Limpia II (SEACEF II) es un gran ejemplo. En diciembre, la Alianza Energética Global por los Pueblos y el Planeta invirtió $10 millones en la SEACEF II, tomando una posición patrimonial menor y aceptando cubrir las primeras pérdidas. Con $127 millones en contratos a futuro, es la primera inversión mixta dedicada a proporcionar capital de alto riesgo en etapas tempranas a empresas emergentes de energías limpias en la región. Su innovador enfoque destaca el papel potencial de la financiación catalizadora y tolerante al riesgo para impulsar una transición de emisiones cero.

La reducción de la brecha de la financiación climática es crucial para lograr las emisiones cero netas y limitar el calentamiento global a 1,5º Celsius por encima de los niveles preindustriales Un informe reciente de McKinsey estima que los países en desarrollo deberán invertir cerca de $2 billones al año para 2030 para cumplir sus compromisos climáticos. Al adoptar un enfoque de inversiones radicalmente colaborativo, los fondos filantrópicos, los gobiernos, las instituciones financieras y los inversionistas privados pueden impulsar una transición equitativa y económicamente factible hacia las energías limpias, tanto en el sudeste asiático como en el resto del mundo.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/BmEsA89es