WASHINGTON, DC – Hemos crecido en un mundo donde el cambio climático es evidente en todas partes. Lo vemos en los cielos de tormenta y en las inundaciones. Lo sentimos en la garganta y en los pulmones al inhalar aire contaminado, y en la piel al caminar por la calle durante una ola de calor. La dirigencia internacional se reúne todos los años para tomar decisiones y llegar a acuerdos, para hacer concesiones y formular promesas, pero siempre es menos que lo que se necesita para la mitigación (y cada vez más, la adaptación) frente al cambio climático. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) de este año no fue una excepción.
Tanta inercia ha llevado a algunos a buscar una forma de eludir la ardua tarea de poner fin a la nociva emisión de gases de efecto invernadero, proteger los ecosistemas críticos y replantear el crecimiento económico y el desarrollo. Una de las «soluciones» propuestas, impulsada por una pequeña pero ruidosa minoría del norte global, es la geoingeniería solar, que consiste en modificar la atmósfera de la Tierra para crear una barrera reflectante contra la radiación solar. Pero para los jóvenes de hoy y las generaciones futuras, estas intervenciones pueden resultar tan catastróficas como el cambio climático.
La geoingeniería solar admite muchas formas; por ejemplo, liberar partículas de azufre en grandes cantidades en la estratosfera para crear una barrera reflectante contra la luz solar (inyección estratosférica de aerosoles) o inyectar un aerosol salino en formaciones de nubes poco profundas sobre el mar (blanqueamiento de nubes marinas). Pero no enfrenta las causas profundas de la crisis climática, e implica modificar la atmósfera del planeta en formas que no se pueden probar adecuadamente a escala y cuyos efectos durarán décadas o más.
La investigación en geoingeniería siempre ha sido controvertida por estas mismas razones. Incontables científicos y expertos han advertido que puede tener consecuencias imprevistas de gran alcance. Por ejemplo, hay estudios que muestran que puede alterar el clima y los patrones meteorológicos, provocando graves sequías, huracanes y otros fenómenos meteorológicos extremos. Estos riesgos son imprevisibles, y la distribución de sus efectos sería desigual.
De hecho, la geoingeniería solar amplificaría los desequilibrios de poder mundial actuales; entre otras razones, porque las decisiones sobre su aplicación las tomarían ante todo los países ricos del norte global, los mismos que crearon la crisis climática. Estos países generaron un fenómeno mortal, que afecta en forma desproporcionada a las comunidades vulnerables, y ahora proponen una estrategia muy arriesgada que, incluso en el mejor de los casos, no resolverá el problema.
Ninguna de estas objeciones ha impedido que se canalicen millones de dólares (procedentes en gran parte de multimillonarios de la tecnología y las finanzas) hacia iniciativas de geoingeniería solar. Los defensores de estas tecnologías sugieren que serían una solución temporal, un modo de ganar tiempo para las medidas de mitigación y adaptación. A nosotros nos suenan a peligrosos castillos en el aire, atractivos pero ilusorios.
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Lo más probable es que la geoingeniería solar sirva de excusa a los grandes emisores mundiales para no cortar su adicción a los combustibles fósiles. Esto se suma a la amenaza de un «shock de terminación»: si las iniciativas de geoingeniería solar se cortaran de un día para el otro, seguiría de inmediato un calentamiento veloz. Las generaciones futuras (incluidos los jóvenes de hoy) tendrían que enfrentar peligrosas subidas de temperatura y crisis mucho peores que las actuales.
En cualquier caso, la factura de la transformación económica y social que exige el cambio climático y que hoy no recibe inversión suficiente la pagaremos nosotros. A los defensores de la geoingeniería solar les gusta presentarla como una solución «barata», pero desviar recursos de iniciativas que sabemos que funcionan (y que no ponen en riesgo la salud del planeta) no puede considerarse buena gestión financiera. Por el contrario, equivale a descargar en nuestra generación y en las que vendrán el duro trabajo de hacer frente a la deuda de carbono.
Algunas voces ruidosas (y sin duda, bien financiadas) nos acusarán de estrechez mental y dirán que deberíamos aceptar un diálogo sobre el tema. Pero es sólo una estratagema para desestimar una postura respaldada por numerosas investigaciones. Los pocos jóvenes bien financiados que defienden la investigación de la geoingeniería solar suelen tener conexiones con organizaciones conocidas por promover estas tecnologías controvertidas; esto hace sospechar que se los está usando para generar una apariencia de apoyo juvenil a la geoingeniería solar.
Lo último que necesitamos los jóvenes es cargar con la responsabilidad de otra crisis que no hemos creado. Pero eso es, precisamente, el resultado más probable de la geoingeniería solar. Defenderla equivale a una profunda traición generacional.
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Although AI has great potential to bring exciting changes to education, art, medicine, robotics, and other fields, it also poses major risks, most of which are not being addressed. Judging by the response so far from political and other institutions, we can safely expect many years of instability.
offers a brief roadmap of how the technology will evolve and be deployed over the next few years.
Despite Donald Trump’s assurances that he will not seek to remove Federal Reserve Chair Jerome Powell, there is little doubt that the US president-elect aims to gain greater influence over the Fed’s decision-making. Such interference could drive up long-term interest rates, damaging the American economy.
worries about the incoming US administration’s plans to weaken the central bank’s independence.
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WASHINGTON, DC – Hemos crecido en un mundo donde el cambio climático es evidente en todas partes. Lo vemos en los cielos de tormenta y en las inundaciones. Lo sentimos en la garganta y en los pulmones al inhalar aire contaminado, y en la piel al caminar por la calle durante una ola de calor. La dirigencia internacional se reúne todos los años para tomar decisiones y llegar a acuerdos, para hacer concesiones y formular promesas, pero siempre es menos que lo que se necesita para la mitigación (y cada vez más, la adaptación) frente al cambio climático. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) de este año no fue una excepción.
Tanta inercia ha llevado a algunos a buscar una forma de eludir la ardua tarea de poner fin a la nociva emisión de gases de efecto invernadero, proteger los ecosistemas críticos y replantear el crecimiento económico y el desarrollo. Una de las «soluciones» propuestas, impulsada por una pequeña pero ruidosa minoría del norte global, es la geoingeniería solar, que consiste en modificar la atmósfera de la Tierra para crear una barrera reflectante contra la radiación solar. Pero para los jóvenes de hoy y las generaciones futuras, estas intervenciones pueden resultar tan catastróficas como el cambio climático.
La geoingeniería solar admite muchas formas; por ejemplo, liberar partículas de azufre en grandes cantidades en la estratosfera para crear una barrera reflectante contra la luz solar (inyección estratosférica de aerosoles) o inyectar un aerosol salino en formaciones de nubes poco profundas sobre el mar (blanqueamiento de nubes marinas). Pero no enfrenta las causas profundas de la crisis climática, e implica modificar la atmósfera del planeta en formas que no se pueden probar adecuadamente a escala y cuyos efectos durarán décadas o más.
La investigación en geoingeniería siempre ha sido controvertida por estas mismas razones. Incontables científicos y expertos han advertido que puede tener consecuencias imprevistas de gran alcance. Por ejemplo, hay estudios que muestran que puede alterar el clima y los patrones meteorológicos, provocando graves sequías, huracanes y otros fenómenos meteorológicos extremos. Estos riesgos son imprevisibles, y la distribución de sus efectos sería desigual.
De hecho, la geoingeniería solar amplificaría los desequilibrios de poder mundial actuales; entre otras razones, porque las decisiones sobre su aplicación las tomarían ante todo los países ricos del norte global, los mismos que crearon la crisis climática. Estos países generaron un fenómeno mortal, que afecta en forma desproporcionada a las comunidades vulnerables, y ahora proponen una estrategia muy arriesgada que, incluso en el mejor de los casos, no resolverá el problema.
Ninguna de estas objeciones ha impedido que se canalicen millones de dólares (procedentes en gran parte de multimillonarios de la tecnología y las finanzas) hacia iniciativas de geoingeniería solar. Los defensores de estas tecnologías sugieren que serían una solución temporal, un modo de ganar tiempo para las medidas de mitigación y adaptación. A nosotros nos suenan a peligrosos castillos en el aire, atractivos pero ilusorios.
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Lo más probable es que la geoingeniería solar sirva de excusa a los grandes emisores mundiales para no cortar su adicción a los combustibles fósiles. Esto se suma a la amenaza de un «shock de terminación»: si las iniciativas de geoingeniería solar se cortaran de un día para el otro, seguiría de inmediato un calentamiento veloz. Las generaciones futuras (incluidos los jóvenes de hoy) tendrían que enfrentar peligrosas subidas de temperatura y crisis mucho peores que las actuales.
En cualquier caso, la factura de la transformación económica y social que exige el cambio climático y que hoy no recibe inversión suficiente la pagaremos nosotros. A los defensores de la geoingeniería solar les gusta presentarla como una solución «barata», pero desviar recursos de iniciativas que sabemos que funcionan (y que no ponen en riesgo la salud del planeta) no puede considerarse buena gestión financiera. Por el contrario, equivale a descargar en nuestra generación y en las que vendrán el duro trabajo de hacer frente a la deuda de carbono.
Por eso estamos pidiendo la prohibición total de la geoingeniería solar. Y no estamos solos. Más de 2000 organizaciones de la sociedad civil, entre ellas Fridays For Future, y más de 540 académicos han pedido un Acuerdo Internacional de No Uso de la Geoingeniería Solar. También se han opuesto a estas tecnologías diversos países que están en la primera línea de la crisis climática, entre ellos Vanuatu.
Algunas voces ruidosas (y sin duda, bien financiadas) nos acusarán de estrechez mental y dirán que deberíamos aceptar un diálogo sobre el tema. Pero es sólo una estratagema para desestimar una postura respaldada por numerosas investigaciones. Los pocos jóvenes bien financiados que defienden la investigación de la geoingeniería solar suelen tener conexiones con organizaciones conocidas por promover estas tecnologías controvertidas; esto hace sospechar que se los está usando para generar una apariencia de apoyo juvenil a la geoingeniería solar.
Lo último que necesitamos los jóvenes es cargar con la responsabilidad de otra crisis que no hemos creado. Pero eso es, precisamente, el resultado más probable de la geoingeniería solar. Defenderla equivale a una profunda traición generacional.