YAMENA – Este es un año crucial para el medio ambiente natural. Las negociaciones que entablarán los líderes mundiales en Montreal este diciembre determinarán el destino del Marco de Biodiversidad Global posterior a 2020, un acuerdo de gran alcance que definirá la agenda ambiental para la próxima década. El futuro de quizás un millón de especies vegetales y animales depende de ello, así como las vidas y sustentos de miles de millones de seres humanos.
La biodiversidad no es solo contar árboles, aves, peces o insectos. Eso ciertamente importa, pero también importa el equilibro mayor del que dependen los nuestros ecosistemas y los de varias otras especies. Más aún, ese “nosotros” debe incluir a los pueblos originarios, que tienen un papel particularmente importante que desempeñar en las conversaciones ambientales.
Yo pertenezco a uno de ellos. Mi pueblo, los Mbororo de Chad, es similar a muchos otros grupos que tienen antiguos vínculos con tierras ancestrales en todo el mundo. Somos guardianes seguros de gran parte de la preciosa pero menguante herencia natural. En nuestras tierras, la deforestación es mucho menor que en otros lugares. La vegetación es más densa, la vida silvestre es más abundante, las cadenas alimentarias son más resistentes. Donde habitamos, la vitalidad de la naturaleza todavía no se ha extinguido. En tierras indígenas se encuentra un tercio de los bosques tropicales, turberas y manglares del planeta, ecosistemas densos en captación de carbono que representan un 80% de la biodiversidad mundial.
Esto no es accidental. Para los pueblos indígenas, las tierras lo son todo. Son nuestra fuente de alimentación, nuestro refugio y medicina, y el origen de nuestra cultura e historia. A lo largo de incontables generaciones, hemos aprendido a vivir bien en nuestros territorios. Sabemos cómo protegerlos, cómo restaurarlos y cómo ser sus ingenieros y nodrizas, no sus destructores.
La ciencia ha confirmado desde hace mucho las contribuciones únicas de los pueblos indígenas al bienestar de la Tierra. En 2019, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático recalcó que el conocimiento de los pueblos originarios es crucial para controlar el calentamiento global y sus efectos. La Plataforma Intergubernamental de Políticas Científicas sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos llegó a la misma conclusión con respecto a la preservación de la biodiversidad. En un informe de seguimiento realizado este año, esta entidad enfatizó más todavía la importancia de las contribuciones de los pueblos indígenas a la conservación global.
El creciente reconocimiento mundial del conocimiento de los pueblos originarios también se reflejó en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) realizada en Glasgow el año pasado, en que varios países y donantes privados prometieron $1,7 mil millones para el apoyo a los esfuerzos de conservación de los pueblos indígenas y las comunidades locales. Fue un compromiso sin precedentes hacia una población dispersa, pero cada vez más unida.
Sin embargo, si bien vemos con agrado el creciente reconocimiento de los líderes mundiales hacia los conocimientos y las prácticas indígenas, necesitamos más que su aprobación para cumplir nuestro papel de cuidadores de la naturaleza. Para seguir siendo los guardianes más eficaces del mundo natural debemos tener el derecho a poseer nuestras tierras ancestrales, con la seguridad de poder seguir habitándolas y manejándolas.
En tiempos en que los pueblos indígenas están sufriendo implacables desplazamientos -a menudo de manera violenta- de territorios que siempre han considerado su hogar, la reforma de tenencia de la tierra y los derechos de propiedad seguros se han vuelto absolutamente cruciales. De lo contrario, los asentamientos de forasteros, la expansión agrícola, la extracción industrial, la desertificación y las enfermedades seguirán dañando nuestros lazos con las tierras que habitamos.
Los gobiernos se deben comprometer con la administración más sostenible de las tierras de manera. El plan 30x30 para proteger el 30% de las tierras y los mares del planeta para fines de esta década es una buena idea, siempre que se implemente en estrecha colaboración con los pueblos indígenas y las comunidades locales. Eso implica nuestra plena inclusión, el reconocimiento de los derechos a la propiedad de nuestras tierras, y nuestro consentimiento libre, previo e informado. Tenemos que estar completamente representados en la mesa de negociaciones cuando se cierren nuevos acuerdos y cuando se estén diseñando proyectos para proteger y restaurar ecosistemas.
Para realizar esta vital misión, también debemos contar con acceso a financiación. La Iniciativa Financiera para los Derechos Comunitarios a la Tierra y la Conservación (CLARIFI), centrada en la intersección entre los derechos de tenencia de tierras y la conservación impulsada por las comunidades, es un buen comienzo. CLARIFI llena una brecha clave, al canalizar fondos directamente a iniciativas indígenas y comunitarias. Apunta a recaudar $10 mil millones para 2030 y a ampliar los territorios indígenas legalmente reconocidos en 400 millones de hectáreas, lo que es crucial para limitar la deforestación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. La meta es aumentar la propiedad legal de tierras de estas comunidades hasta llegar a, por lo menos, un 50% de los bosques tropicales del planeta.
Si el mundo se compromete a invertir en los pueblos indígenas, podemos partir desde allí. Con fondos suficientes en mano -no solo en papel y en discursos- podemos hacer más que nadie para proteger la naturaleza y preservar la biodiversidad del planeta.
Si bien ultimar el Marco de Biodiversidad Global es crucial para evitar el colapso general de los ecosistemas, el proceso ha sufrido retrasos, desacuerdos y resistencias de algunos de sus actores clave. Los líderes mundiales deben ponerse a la altura de las circunstancias y llegar a un acuerdo que reconozca plenamente los derechos y las contribuciones únicas de los pueblos indígenas y las comunidades locales.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
YAMENA – Este es un año crucial para el medio ambiente natural. Las negociaciones que entablarán los líderes mundiales en Montreal este diciembre determinarán el destino del Marco de Biodiversidad Global posterior a 2020, un acuerdo de gran alcance que definirá la agenda ambiental para la próxima década. El futuro de quizás un millón de especies vegetales y animales depende de ello, así como las vidas y sustentos de miles de millones de seres humanos.
La biodiversidad no es solo contar árboles, aves, peces o insectos. Eso ciertamente importa, pero también importa el equilibro mayor del que dependen los nuestros ecosistemas y los de varias otras especies. Más aún, ese “nosotros” debe incluir a los pueblos originarios, que tienen un papel particularmente importante que desempeñar en las conversaciones ambientales.
Yo pertenezco a uno de ellos. Mi pueblo, los Mbororo de Chad, es similar a muchos otros grupos que tienen antiguos vínculos con tierras ancestrales en todo el mundo. Somos guardianes seguros de gran parte de la preciosa pero menguante herencia natural. En nuestras tierras, la deforestación es mucho menor que en otros lugares. La vegetación es más densa, la vida silvestre es más abundante, las cadenas alimentarias son más resistentes. Donde habitamos, la vitalidad de la naturaleza todavía no se ha extinguido. En tierras indígenas se encuentra un tercio de los bosques tropicales, turberas y manglares del planeta, ecosistemas densos en captación de carbono que representan un 80% de la biodiversidad mundial.
Esto no es accidental. Para los pueblos indígenas, las tierras lo son todo. Son nuestra fuente de alimentación, nuestro refugio y medicina, y el origen de nuestra cultura e historia. A lo largo de incontables generaciones, hemos aprendido a vivir bien en nuestros territorios. Sabemos cómo protegerlos, cómo restaurarlos y cómo ser sus ingenieros y nodrizas, no sus destructores.
La ciencia ha confirmado desde hace mucho las contribuciones únicas de los pueblos indígenas al bienestar de la Tierra. En 2019, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático recalcó que el conocimiento de los pueblos originarios es crucial para controlar el calentamiento global y sus efectos. La Plataforma Intergubernamental de Políticas Científicas sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos llegó a la misma conclusión con respecto a la preservación de la biodiversidad. En un informe de seguimiento realizado este año, esta entidad enfatizó más todavía la importancia de las contribuciones de los pueblos indígenas a la conservación global.
El creciente reconocimiento mundial del conocimiento de los pueblos originarios también se reflejó en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) realizada en Glasgow el año pasado, en que varios países y donantes privados prometieron $1,7 mil millones para el apoyo a los esfuerzos de conservación de los pueblos indígenas y las comunidades locales. Fue un compromiso sin precedentes hacia una población dispersa, pero cada vez más unida.
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Sin embargo, si bien vemos con agrado el creciente reconocimiento de los líderes mundiales hacia los conocimientos y las prácticas indígenas, necesitamos más que su aprobación para cumplir nuestro papel de cuidadores de la naturaleza. Para seguir siendo los guardianes más eficaces del mundo natural debemos tener el derecho a poseer nuestras tierras ancestrales, con la seguridad de poder seguir habitándolas y manejándolas.
En tiempos en que los pueblos indígenas están sufriendo implacables desplazamientos -a menudo de manera violenta- de territorios que siempre han considerado su hogar, la reforma de tenencia de la tierra y los derechos de propiedad seguros se han vuelto absolutamente cruciales. De lo contrario, los asentamientos de forasteros, la expansión agrícola, la extracción industrial, la desertificación y las enfermedades seguirán dañando nuestros lazos con las tierras que habitamos.
Los gobiernos se deben comprometer con la administración más sostenible de las tierras de manera. El plan 30x30 para proteger el 30% de las tierras y los mares del planeta para fines de esta década es una buena idea, siempre que se implemente en estrecha colaboración con los pueblos indígenas y las comunidades locales. Eso implica nuestra plena inclusión, el reconocimiento de los derechos a la propiedad de nuestras tierras, y nuestro consentimiento libre, previo e informado. Tenemos que estar completamente representados en la mesa de negociaciones cuando se cierren nuevos acuerdos y cuando se estén diseñando proyectos para proteger y restaurar ecosistemas.
Para realizar esta vital misión, también debemos contar con acceso a financiación. La Iniciativa Financiera para los Derechos Comunitarios a la Tierra y la Conservación (CLARIFI), centrada en la intersección entre los derechos de tenencia de tierras y la conservación impulsada por las comunidades, es un buen comienzo. CLARIFI llena una brecha clave, al canalizar fondos directamente a iniciativas indígenas y comunitarias. Apunta a recaudar $10 mil millones para 2030 y a ampliar los territorios indígenas legalmente reconocidos en 400 millones de hectáreas, lo que es crucial para limitar la deforestación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. La meta es aumentar la propiedad legal de tierras de estas comunidades hasta llegar a, por lo menos, un 50% de los bosques tropicales del planeta.
Si el mundo se compromete a invertir en los pueblos indígenas, podemos partir desde allí. Con fondos suficientes en mano -no solo en papel y en discursos- podemos hacer más que nadie para proteger la naturaleza y preservar la biodiversidad del planeta.
Si bien ultimar el Marco de Biodiversidad Global es crucial para evitar el colapso general de los ecosistemas, el proceso ha sufrido retrasos, desacuerdos y resistencias de algunos de sus actores clave. Los líderes mundiales deben ponerse a la altura de las circunstancias y llegar a un acuerdo que reconozca plenamente los derechos y las contribuciones únicas de los pueblos indígenas y las comunidades locales.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen