La economía de gueto de Francia

Los jóvenes que están devastando Francia se dan cuenta de que carecen de futuro. Por eso queman coches, pero, ¿cuántos políticos franceses se dan cuenta de que su querido "modelo social" tiene en parte la culpa?

Los inmigrantes pobres de segunda generación en Francia carecen de perspectivas económicas por dos razones principales. En primer lugar, la economía crece demasiado despacio. Como en la mayor parte de la Europa continental, los resultados económicos han sido profundamente decepcionantes a lo largo de los dos últimos decenios, pero Francia ha logrado quedar peor aún que sus vecinos.

Durante el período comprendido entre 1980 y 2000, sólo dos países de la OCDE –Alemania y Grecia– registraron un crecimiento más lento que Francia en renta por habitante, pero Alemania tuvo que soportar los enormes costos y el trauma de la reunificación con la Alemania oriental. Grecia se vio afectada por las guerras en los Balcanes. ¿Cuál es la excusa de Francia?

En segundo lugar, el crecimiento que hay en Francia, sea el que fuere, no llega hasta los pobres. Muchos jóvenes inmigrantes de segunda generación están virtualmente excluidos del mercado laboral. La media de desempleo lleva años atascada en torno al 10 por ciento... una de las tasas más altas de la OCDE, pero la tasa de desempleo es de más del doble entre los jóvenes y llega al 40 por ciento y más entre quienes abandonan la escuela sin concluir los estudios en las banlieues, que han llegado a ser zonas de desesperanza en las que da miedo entrar.

El desempleo es elevado y está concentrado entre las minorías francesas por las características específicas de las instituciones francesas en materia de mercado laboral. Francia tiene unas regulaciones estrictas sobre la contratación y el despido que encarecen en gran medida el despido de trabajadores y, por tanto, reducen la creación de empleo. Quienes tienen un puesto de trabajo quedan protegidos; los que no, perjudicados.

Además, los salarios no pueden ser inferiores a un salario mínimo establecido por ley, tan alto, que los trabajadores menos productivos y menos capacitados permanecen excluidos del mercado laboral. Los salarios son fijados en negociaciones centralizadas por unos sindicatos monopolistas y se aplican en toda la economía, pero a los sindicatos no les importa que los hijos y las hijas de los inmigrantes que viven en guetos no tengan oportunidad de iniciar siquiera una vida laboral.

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Esas instituciones sociales francesas están concebidas con un objetivo: proteger a los privilegiados que forman parte del mercado laboral. Esos trabajadores disfrutan de puestos de trabajo seguros y bien pagados, con mucho tiempo libre y poca tensión, en particular en el sector público. Las minorías pobres que quedan excluidas reciben cierta asistencia social, pero se hace demasiado poco para integrarlas en la sociedad y aumentar sus oportunidades.

Los daños económicos que causa ese modelo social corporatista resultan agravados por la generalizada intervención del Estado en todos los sectores de la economía. Los servicios están protegidos contra la competencia, lo que obstaculiza tanto el crecimiento de la productividad como la creación de empleo en esos sectores. La intervención del Gobierno distorsiona los precios, lo que propicia una asignación ineficiente de los recursos en sectores como los de la salud, la educación y la agricultura.

Los funcionarios franceses, convencidos de que pueden encontrar oportunidades de beneficio mejor que el mercado, aplican una política industrial proactiva con diversos instrumentos, incluido el mantenimiento de participaciones minoritarias o mayoritarias en varias empresas grandes. El resultado de todo ello es una economía que crece demasiado poco y en la que los más débiles están condenados a una vida de exclusión y privados de oportunidad alguna de movilidad ascendente.

¿Por qué ha caído Francia en esa trampa? No sólo es responsable de ello la miope satisfacción de los intereses económicos de los privilegiados. Francia carga también con el peso de convicciones ideológicas profesadas firmemente.

Según las opiniones recogidas en muchos países por la Encuesta Mundial de Valores en el período 1999-2000, los franceses, por término medio, temen la desigualdad de ingresos mucho más que los ciudadanos de otros países industriales. Comparada con otros países del mismo nivel, aproximadamente, de desarrollo, Francia destaca por su profundo recelo de los beneficios de la competencia (sólo Bélgica la supera ligeramente a ese respecto).

También las instituciones políticas francesas tienen una grave responsabilidad. Francia es una democracia estable y grandes mayorías suelen apoyar en el Parlamento a sus gobiernos, pero esa estabilidad se logra a costa de las posibilidades de cambio.

Las barreras al ingreso en la minoría política selecta son excepcionalmente altas. El Presidente actual, Jacques Chirac, fue elegido hace diez años; en 1969 ya formaba parte del gobierno. Su predecesor, François Mitterrand, fue elegido Presidente por primera vez en 1981 e hizo su primera aparición en el gobierno en 1956.

Además, Francia es un Estado profundamente centralizado, en el que la mayoría de los funcionarios proceden de un círculo cerrado de asesores políticos de los políticos prominentes, muchos de ellos procedentes del mismo centro educativo. No es de extrañar que en Francia los cambios sean tan poco frecuentes.

Desde luego, el estado corporatista del bienestar no es la única causa de la actual intifada gala. También en otros países ha habido disturbios violentos protagonizados por inmigrantes y minorías étnicas, desde Londres hasta Los Ángeles, pero la mejor forma de abordarlos, en última instancia, y prevenir su resurgimiento es velar por que existan oportunidades económicas para quienes estén decididos a intentarlo. La asistencia social sin esperanza de mejora individual no basta. Ya es hora de que Francia empiece a poner en tela de juicio su modelo económico.

En una reciente declaración sobre los suburbios en llamas, Chirac dijo: "En su momento, cuando se haya restablecido el orden, tendremos que aplicar las enseñanzas que se desprendan de esta crisis y con mucho valor y lucidez". Pero esas enseñanzas entrañan reformas de un alcance mucho mayor que el que probablemente pueda concebir Chirac jamás.

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